El Matadero se comenzó a construir el año 1847, sufriendo varias modificaciones en su infraestructura. La principal remodelación espacial se inició en la década de 1910, pero no logró implementarse en su totalidad. Los pabellones continuaron en desfavorables condiciones, siendo vulnerables a las inclemencias del clima. Además, la ausencia de grandes frigoríficos hacía que la matanza fuera desarrollada durante la madrugada, para suministrar la carne al resto de la ciudad durante el día, puesto que todavía hacia 1950 el Matadero Franklin era el principal centro de abastecimiento de este producto en Santiago.
El Matadero, se nos presenta como un espacio geográficamente cerrado y a su vez, eje de la formación del barrio Franklin que se fue levantando a su alrededor. Los cuadrinos, denominados así por trabajar en el cuadro blanco del Matadero, en primera instancia se autodefinían en función de su oficio, pero también por la pertenencia a ese cuadrante espacial. Entrar al Matadero, implicaba necesariamente adquirir códigos dados por la faena de matanza, respetar jerarquías y adquirir los elementos y herramientas que definían por entonces al matarife: la ropa color caqui, la faja blanca, el cuchillo, el astil, el punto y el hacha, además del teñido de sus ropas con la sangre del animal beneficiado.
Pero dentro del Matadero, también se manifestaron diferencias según el tipo de labor desarrollada, materializada asimismo en una distribución espacial. Por ello es necesario hacer una visita microgeográfica al recinto para dar cuenta de las distintas secciones.
En la década de 1910 se reconstruyeron los dos grandes pabellones de matanza. El más importante de aquellos era el de vacunos, ubicado en el sector sur, en el límite con la calle Placer y la actual calle Bío-Bío, la que por entonces era un callejón donde se instalaban carretas y camiones para recibir la carga del día. Este pabellón contaba con veinte corrales dispuestos de este a oeste, con una sala de ventas y con una gran campana en el centro, cuyo sonido indicaba el inicio de la jornada de trabajo.
El segundo pabellón correspondía a la Sección de Cerdos ubicado hacia la calle Arturo Prat, frente a la plaza Magallanes y su reconstrucción quedó inconclusa hasta el cierre del recinto. Como la matanza de cerdos no tenía la misma frecuencia que la de vacunos y se concentraba en los meses de invierno, su pabellón era de menor tamaño que el anterior. Junto a la faena de vacunos y cerdos, en el Matadero también se voltearon terneros, ganado ovino y equino, en antiguos galpones que no fueron remodelados en la reforma de comienzos del siglo xx . Éstos se ubicaban en el sector oriente, hacia la calle San Francisco y el trabajo no fue regular en este período. Un último recinto de matanza que debemos mencionar es el Pabellón de Corderos, ubicado hacia el sector oriente y datado también hacia mediados del siglo xix . Su reconstrucción se realizó en 1948, cuando se reemplazó su estructura anterior por una de techo metálico y pavimento.
Hacia el sector norte, se instaló el sector comercial del Matadero. En la esquina de la intersección de las calles Franklin con Arturo Prat se ubicaban las “pilastras”, sector de fruterías y verdulerías; en calle Franklin frente a Chiloé y en la intersección con calle San Francisco se ubicaban algunas carnicerías, espacio conocido como el barrio chino. Estos últimos lugares complementan el cuadro comercial del Matadero y son un primer vínculo con el barrio, relacionándolo con otras áreas productivas y por sobre todo, constatando la diversidad de elementos que allí confluían.
Hay que lacear el novillo, y arriarlo a la matanza
El toque de la campana, ubicada en el centro del pabellón de vacunos, indicaba cada día el inicio de la jornada laboral, acontecimiento plasmado en los siguientes versos:
Despierta pue’ cuadrinito
que es hora de madrugar
ya tocaron la campana
y es preciso trabajar
Los cuadrinos llegaban al Matadero en el medio de la noche. El día anterior, los animales vivos habían llegado en trenes, en camiones o por transhumancia. Más de una crónica nos relata cómo producto de estos traslados, algunos animales se arrancaban del grupo, provocando temor en la población: “Era habitual que vehículos con animales pasaran a horas diversas por San Diego hacia el sur con rumbo al Matadero Franklin, no fue esa la única vez que, debimos huir despavoridos ante caballos desbocados o toros enloquecidos que trataban de huir a la vez de sus propias muertes”. Durante la tarde, los animales eran conducidos a los corrales para ser beneficiados al día siguiente.
Hacia la década de 1950, el trabajo se llevaba a cabo desde las tres de la madrugada hasta el amanecer, de lunes a sábado, sin embargo, ya entrada la década del sesenta y debido a la existencia de otros mataderos en la ciudad, se fue parcelando hasta producirse sólo lunes, miércoles y viernes.
En los testimonios compilados hay consenso en precisar la rigurosidad de la faena, principalmente por el frío de la madrugada que se acentuaba en los meses de invierno. La infraestructura antigua y descuidada no protegía a los trabajadores de las inclemencias del clima; a su vez las canchas de matanza eran lugares húmedos, por donde corría la sangre y el agua que usaban para enfriar el cuerpo del animal. Esta situación obligaba a los matarifes a permanecer a pata pelá, para no ensuciar el líquido que corría hacia las canaletas para ser utilizado en los subproductos de la carne, como las prietas. Sus vestimentas se componían por una camisa y un pantalón arremangado color caqui.
Ahí el que quería trabajar tenía cabida, porque era muy sacrificado, había que estar a las dos de la mañana, dos y media, habían noches que tocaban la campana a las dos de la mañana y otras a las tres, eso dependía del día. Había que estar ahí, a pie pelado y en invierno, hacía frío – Jorge González
La vestimenta no era uniforme y si bien existía la norma del color que debían usar, ésta era responsabilidad de cada trabajador. Asimismo, la faja hecha de saco harinero debía mantenerse lo más blanca posible, como signo de cuidado y limpieza. Los matarifes lucían ensangrentados y sucios durante su jornada laboral, pero cuidaban de bañarse y vestirse de punta en blanco una vez que terminaba la faena, primando el estilo gardeliano del pañuelo al cuello. De esta manera, intentaban abandonar su aspecto rudo e incluso temible, por causa de su trabajo dentro del Matadero.
Chaqueta caqui, pantalón caqui y una faja blanca. Y en la faja se metía la vaina y el astil, la cuchilla. Entonces estaba trabajando y sacaba el astil para afilar la cuchilla y se guardaba el astil, era muy fácil, todo de memoria se hacía, y tenía que ser rápido para trabajar, hacer casi todo de corrido, por eso era bruto el trabajo, bien pagado sí – Mario González
La primera parte de la cadena laboral que realizaba la cuadrilla era la matanza del animal, que en el caso de los vacunos, se ejecutaba entre dos a tres personas. Mientras dos lo laceaban para sostenerlo, un tercero le daba el golpe de gracia con un punto en la nunca. Estos cuadrinos debían ser los más fuertes de la cuadrilla, ya que debían contener al animal para que no escapara.
Esta primera etapa de la faena también fue descrita en detalle por Fernando González Marabolí en la siguiente cueca.
Vamo’ pillando la pata
y degollando corderos
para inflarlos con el fuelle
metele el palo primero
Y uno raja adelante
lo pela entero
los vamo’ echando arriba
bajando cueros
Bajando cueros, sí
tan levanta’o
pa’ la venta en la vara
ya están pesa’o
A un cargador le entrego
yo los corderos
La etapa siguiente, como aparece relatada en estas cuecas, consistía en descuerar el animal, labor realizada por otro cuadrino, que debía ser diestro con el uso del cuchillo. Esta herramienta era especial para esta labor, pues contaba con filo por ambos costados de la hoja y la punta encorvada, por lo tanto, el matarife debía ser exacto en sus movimientos para no sufrir accidentes.
Se trabajaba a pie pelado y arremangado hasta acá arriba, en invierno y verano, y metío en agua helada como hielo y cuando se congelaban los pies, abríamos una guata y metíamos los pies adentro para que se caliente porque teníamos entumidos los pies. Ese era todo el remedio que se hacía, era un trabajo salvaje y bruto. Para cargar la carne había que andar corriendo, se cargaba un cuarto, una paleta y una pierna que eran ochenta o noventa kilos y corriendo. – Mario González
La rigurosidad de la faena, principalmente por el frío de la madrugada que se acentuaba en los meses de invierno. La infraestructura antigua y descuidada no protegía a los trabajadores de las inclemencias del clima; a su vez las canchas de matanza eran lugares húmedos, por donde corría la sangre y el agua que usaban para enfriar el cuerpo del animal. Esta situación obligaba a los matarifes a permanecer a pata pelá, para no ensuciar el líquido que corría hacia las canaletas para ser utilizado en los subproductos de la carne, como las prietas. Sus vestimentas se componían por una camisa y un pantalón arremangado color caqui.
A las dos y media de la mañana antes de entrar se tomaba el caldo de pata, después como a las cuatro pasaban las niñas de la pensión y traían cafecito con sándwich de arrollado… porque era un trabajo muy bruto, se transpiraba mucho y daba mucha hambre. Ya después como a las siete otro desayuno, una cazuela de ave a veces, después como a las diez el último desayuno, un churrasco o un bistec con ensalada, todo eso, se comía mucho. Era la única forma de mantenerse, de ser capaz de trabajar. – Mario González
Otro alimento que se reitera en las memorias, emblemático del Matadero, era la sangre cruda del novillo, una tradición arraigada en el campesinado ligado a las faenas ganaderas. Según la creencia popular, esta bebida otorgaba fuerzas sobrenaturales a quien lo consumiera, la misma que necesitaban estos trabajadores para laburar de madrugada.
Se tomaba sangre también, y dos cortitos de cognac para pasar el gusto después… La sangre cruda, te daba mucha fuerza, mucha vitamina, y se tomaba jugo de nuca también, para sacar toda la fuerza del toro… no sé quién le enseñaría a los matarifes antiguos… Si tenía el cuerpo malo, tres puños de sangre y se acababa el cuerpo malo. – Mario González
Los licores también eran consumidos durante el trabajo, siendo usual escapar de la faena para consumir “agua con agua” en el local de Don Floro*. Este trago consistía en un cuarto de agua ardiente con Bilz a “vaso llenito”, y que como otras combinaciones similares, fortalecían al trabajador, como se detalla en el relato abajo inserto:
Ahí vendían por cuarto y por medio, no eran una caña, eran un medio… o un cuarto y un cuarto uno se tomaba, era un cuarto de chicha y un cuarto de vino, después se creía super ratón para trabajar, entraba sacando pecho, y ahí se trabajaba hasta como las siete, ocho. – Jorge González
Continuando con la descripción de la faena dentro del Matadero, debemos precisar el funcionamiento de la cuadrilla, entidad que constituye la unidad básica de organización del trabajo y que también opera como una esfera de integración y lealtad de los trabajadores. Quienes deseaban iniciarse como matarifes, ingresaban en primera instancia como huachos, miliqueros, medios pollos, o trabajadores a la aventura y cada madrugada se situaban frente al muro principal de la sección, con algunas herramientas de trabajo básicas, esperando el llamado a colaborar en una cuadrilla donde faltase un cuadrino o asistir en labores menores como limpieza, transporte, pillaje, entre otros:
En la cuadrilla de nosotros teníamos unos que les decíamos los huachos… eran los que no eran asindicados. Trabajadores ambulantes, huachos, porque madrugaban, se iban por la madrugada… los poníamos en la pared, pasaban los delegados y contaban los trabajadores y pongámosle que en el corral tres, son doce trabajadores, y a veces faltaba un trabajador en esa cuadrilla, llegaban y sacaban un huacho y lo ponían en esa cuadrilla. Es bonito lo que hacían… tan real lo que le estoy diciendo que me hubiese gustado que lo hubiese visto. – Luis Tobar
La integración en la cuadrilla implicaba también la pertenencia al Sindicato, entidad máxima de organización de los trabajadores que funcionaba como su sostén y respaldo. Esta incorporación era un paso anhelado porque aseguraba un sueldo estable e importantes beneficios sociales, como veremos en la sección siguiente. El pago realizado a cada trabajador era un porcentaje de la faena desarrollada por la cuadrilla completa más las regalías, lo que producía fuertes lazos de complicidad entre sus integrantes, quienes bogaban por el aumento de la producción y la obtención del máximo de beneficios al momento de extraer las cuotas de carne, consideradas un derecho por los trabajadores.
Por otro lado, la cuadrilla comprendía un círculo de probidad, encabezado por el maestro, quien hacia comienzos del siglo XX, negociaba directamente con los industriales la cantidad de animales que se beneficiarían, el costo por ese trabajo y las regalías que se le entregarían a los trabajadores. Si bien esta relación contractual fue transformada, el maestro nunca perdió su condición de liderazgo e imagen paternalista con “sus trabajadores”, como lo recuerda uno de nuestros matarifes:
Si pues, Oscar Valenzuela, el maestro de nosotros, compadre de mi papá, cantaba muy bonito, muy lindo…era guapo, le tenían miedo…guapo, guapo, era bien respetado, capaz de pelear a balazos por cualquier cosa, entonces siempre me decía cualquier cosa o que te falte el respeto alguien me decís no más, yo soy como tu padre, tu papá está muerto, pero yo soy como tu papá. – Mario González
Así como el trabajo en cuadrillas era una herencia de las históricas faenas peonales (canalinos, carrilanos, camineros e incluso de bandidaje) el vínculo con el maestro también es de viejo cuño: él no sólo dirigía la faena, sino que también era quien elegía, acogía y enseñaba a los nuevos trabajadores. Por ello el maestro era a su vez el protector que velaba por el bienestar de su cuadrilla no sólo en el ámbito laboral, sino también en el familiar.
El Sindicato de Matarifes fundado en 1946, y que concebía como socios «a todas las personas de ambos sexos, mayores de 18 años, que cumplan con los requisitos establecidos por la ley, y que laboren en las actividades que constituyan la base profe- sional del Sindicato. Con “profesional” se enfatiza que este organismo agrupa a quienes ejerzan la labor de “matarife”, lo que implica el reconocimiento formal del manejo de las artes de un oficio. Por lo tanto, el carnet de socio del sindicato, no sólo servía como un pase de ingreso al Matadero sino también como de garante de un conocimiento adquirido.
El acta de la asamblea primigenia fue firmada por 32 matarifes, quienes eligieron por directiva a Florencio Orellana, Presidente; Ricardo Cerda de la Barra, Secretario; Carlos Valenzuela, tesorero y José Cossio y Jorge Vergara, directores. El cuerpo de dirigentes debía renovarse anualmente, y en su gestión debían ser apoyados por los Delegados (representantes de cada sección de matanza) y por los Comités, encargados de desarrollar un área importante definida por los estatutos: el Comité de Defensa de los Intereses de la Institución tendría como objetivo principal “evitar que el Matadero sea entregado a instituciones particulares”, aspecto que se mantuvo siempre en tensión debido a los proyectos de modernización esbozados por las distintas administraciones municipales y gubernamentales desde comienzos del siglo XX.
El Comité de Asistencia y Previsión Social, por su parte, estaría encargado de concretar obras complementarias a las Leyes de Previsión, como por ejemplo, la adquisición de un Mausoleo para los Matarifes, el cual se compró en terrenos del Cementerio General y permitía que los restos de cada trabajador fallecido, pudiera permanecer en un nicho durante los primeros cinco años, tras los cuales se trasladarían a un patio colindante.
Un segundo objetivo planteaba que el sindicato debía hacer cumplir las leyes sociales, lo cual se concretó en el pago del Seguro del Servicio Social, obligatorio para todos socios. Este pago, realizado para el antiguo fondo previsional y asegurar la jubilación de los trabajadores, debía realizarse a través de la Libreta de Seguro, establecido según las leyes de previsión.
Y el tercer objetivo, consistía en la representación de los trabajadores «ante patrones y autoridades respectivas… ante Administración y demás poderes públicos, elemento que también fue relevado en las entrevistas, debido a que el sindicato logró constituirse en un ente negociador fuerte, no sólo por las cualidades del gremio sino también, por sus dirigentes.
El poder de este Sindicato radicaba en que el gremio era imprescindible para el funcionamiento de la ciudad, puesto que su trabajo en la madrugada abastecía de carne a todo Santiago durante el día. Si la faena se detenía, había desabastecimiento, ya que no existían posibilidades de traer este producto desde otros puntos del país, a causa de la ausencia de frigoríficos.
Este elemento entonces, fue la principal arma de presión de los matarifes, aseverándonos que éramos más poderosos que los mineros, era un gremio muy poderoso a nivel nacional. – Luis Tobar
Los clubes y el Sindicato ostentaron ribetes donde fue preferente la organización en torno a deportes y pasatiempos considerados virtuosos o devocionales, independiente de la manera en que estos fueron concretados. Distantemente a ellos, los reductos enunciados se configuran en torno a elementos que parecen enraizados en formas de sociabilidad popular presentes desde el siglo XIX . El alcohol, la música y la comida se actualizan igualmente en estos espacios, ahora, sin embargo, en un contexto de confinamiento territorial y estabilidad laboral marcado por la preponderancia masculina.
Los matarifes concurrían a los restoranes con parte de sus regalías o bien otros productos, para que fueran cocinados por los dueños. Este sistema es una dinámica particular, ya que los cuadrinos pagaban por el servicio de la cocina o un tipo de arriendo por el uso del patio y las parrillas, así como el consumo de los bebestibles el cual siempre era en grandes cantidades.
En los restoranes cantaban los lotes, por ejemplo estaban trabajando y se preguntaban, “ya, dónde nos juntamos”, “donde el negro Arenas” y ahí se pescaba la cachá de carne, de asado y partíamos, imagínate llevábamos dos corderos, entre diez, mandábamos a hacer dos corderos lechones, y ahí estábamos todo el día. Se pasaba muy bien, comíamos muy bien, y es que había mucha plata, se ganaba mucha plata. – Mario González
La Cueca del Matadero
Al intentar definir y explicar la cueca que se cultivaba en el Matadero, debemos precisar que ésta posee las características estructurales del género “cueca” chilena del valle Central que ha sido descrita y estudiada por distintos autores desde el siglo XIX, pero a su vez posee las particularidades estilísticas distintivas de su práctica en los barrios populares de Santiago y Valparaíso. Esta cueca ha sido definida por Fernando González Marabolí como cueca centrina y la ha vinculado con la herencia arábiga-andaluza, tesis explicada en el libro Chilena o cueca tradicional, publicado junto a Samuel Claro.
Según González, una de las principales decantaciones estilísticas en la cueca centrina está dada por su interpretación, en la que intervienen cuatro cantores que realizan un movimiento o relevo circular, es decir “por derecha”. Cada uno es protagonista en un pie de la cueca llevando la primera voz o melodía principal. El que lleva la primera voz encuentra un apoyo en el resto de los cantores que va haciendo segundas voces, alargando con el murmullo de su voz, la terminación del verso. Además, interviene en ese espacio, otro cantor que hace de animador. Este pequeño intervalo de tiempo lo ocupa el cantor principal para tomar aire y luego pegar el grito, siguiendo así con el verso sucesivo. Una vez finalizada la cueca y para continuar con el ruedo, los cantores que entonan las melodías siguientes deben fijarse de no repetir las ya interpretadas, siendo ésta una “ley tradicional”. Esta habilidad, para memorizar melodías, va de la mano con los diferentes matices que los cantores deben poseer.
Esa es la cueca centrina o chilena, tiene riqueza de matices, de melismas y de inflexiones modulantes en su línea melódica, lo cual le va dando variedad, sentimiento y alegría. – González Marabolí
Por su parte, Fernando González Marabolí sitúa al barrio Matadero como uno de los campos fértiles donde las prácticas de la cultura popular se reprodujeron y transmitieron a través de la oralidad:
El arte es oral y no escrito, entiéndase bien. Lo sagrado del canto se ha mantenido así, porque el pueblo no deforma ni deja deformar. Es por ello que los antiguos cantores mantenían el canto a la rueda sólo en las cuadri- llas de la güeya antigua y lejos de la mano del coloniaje extranjero
Desde su perspectiva, el Matadero se transforma en un lugar receptor de diversos oficios populares, los que ya cargaban consigo la chilena. El barrio aloja a afuerinos, peones migrantes de todo el territorio que cultivaban la cueca de antaño, “descendiente de la güeya que los formó”. También plantea que el canto en tonos altos y encumbrados, se relaciona con la fiereza de su trabajo, a lo que agregamos el ambiente sonoro del Matadero, el que era bullicioso debido a los quejidos de los animales dispuestos a ser beneficiados. A este estilo de canto, que González Marabolí vinculó con la herencia arábigo-andaluza, se le denominó canto gritado, afín asimismo con el pregón de la calle, característica presente en oficios materializados en determinados ejes laborales urbanos, donde se exige la vociferación a viva voz. Los cantores del Matadero se destacaron por este estilo de canto y en las memorias se reivindica a quienes tuvieron voz melodiosa y podían llegar fácilmente a los tonos más altos, denominados “tonos brillantes”. De ellos, han quedado en el recuerdo los nombres de Enrique Castillo El Pamplón, Miguel El Buey, Oscar Valenzuela, todos maestros de la sección de vacunos. De la misma sección encontramos a los hermanos Miguelito care’ cacho y Manuel el macho y a uno de nuestras principales fuentes, Mario González Marabolí.
Para el período de fines de la década de 1960, los cantores recuerdan el restorán Donde Don Víctor que alojaba a los lotes de cantores. Pertenecía a don Víctor Carreño, y ahí tenían su punto de encuentro de Luis Téllez Viera, Luis Téllez Mellado, Luis Araneda El Baucha y Raul Lizama El Perico, quienes bajo el nombre de Los Centrinos grabaron el disco Buenas cuecas centrinas, cuya portada fue fotografiada en la puerta de este recinto. A este mismo restorán llegaban desde otros barrios de Santiago, Carlos Navarro El Pollito eximio intérprete de acordeón y Mario Catalán Portilla, conocido cantor de la Vega y quien ha sido sumariamente homenajeado en distintas cuecas. También debemos relevar la figura de Rafal Andrade El Rafucho, quien mantuvo la agrupación Los Chinganeros durante la década de 1980 y permitió que este nombre permane
ciera representando el legado de don Fernando González Marabolí.
Entre los testimonios recopilados, existe un consenso en reconocer a Carlos Godoy Araya como uno de los más grandes cantores que tuvo el barrio. Carlos Navarro señaló que tenía “una voz melodiosa y tonos muy brillantes” y una anécdota relatada por don Fernando González señala que Godoy “dejó sin aliento a Mario Catalán al enfrentarse en un ruedo con él”. Curiosamente, siendo Godoy uno de los mejores cantores de la época, no llegó a ser registrado en los discos del periodo, explicándose ello por su voz gruesa y alta, lo que no le permitía modular finamente como era requerido por la industria discográfica. A pesar de esta carencia, hasta el día de hoy mantiene se mantiene en las memorias como uno de los más grandes.
Con arpa, guitarra y piano
En el disco que elaboramos para acompañar esta investigación, hemos querido retomar el legado de la cueca centrina, tributando la música e instrumentación que acompañó a esta expresión cultural durante el siglo XX. Si los estudios relativos a la cueca chilena, han vinculado a su práctica el uso de instrumentos como la guitarra y el arpa siendo predominante esta combinación en las cantoras de las chinganas arrabaleras decimonónicas el uso de otro tipo de instrumentos armónicos se ha asociado a los salones burgueses de fines del siglo XIX y su uso en ambientes urbanos públicos y semipúblicos, durante la primera mitad del siglo XX.
Don Fernando González Marabolí, en sus investigaciones, se ha distanciado de esta interpretación, dando cuenta que la Cueca Centrina que se cultivó durante el siglo XX en las casas de canto y casas de remolienda, se mantuvo en el canto popular masculino, siempre urbano, oculto y subterráneo. Ha planteado que desde los primeros años de independencia republicana, los cantores de este estilo se encontraban en las chinganas (de ahí el nombre “chinganeros”), luego de las fondas del Parque Cousiño, para pasar por las casas de canto, bares, restoranes y picás de los barrios populares, plasmándose finalmente en los discos grabados bajo este estilo entre 1967 y 1973.
Estas cuecas describen el trabajo desarrollado dentro del Matadero en tres fases: el ingreso a la jornada laboral, la matanza del novillo y la venta de los subproductos. Las hemos interpretado en el estilo canto a la rueda, para traducir en el canto la fortaleza de los cuadrinos, posibilitado por la capacidad interpretativas de los cantores.
La cueca “Despierta pues cuadrinito” fue registrada anteriormente en tres ocasiones. La primera se realizó en la década de 1940 , por el conjunto Los Alamitos en grabación para el sello RCA Víctor. Posteriormente Los Chileneros la incluyeron en el disco La Cueca Centrina y en 1970 fue registrada por Los Centrinos del Matadero en el disco Cuecas con Escándalo, para el sello RCA Víctor.
Homenaje al Barrio Matadero
Estas composiciones fueron escritas con posterioridad al cierre del Matadero, rememorando aquellos lugares míticos del cultivo de la cueca. “No es el viejo Matadero”, por su parte, cristaliza el relato de un pasado glorioso y “Y al barrio del Matadero” corresponde al homenaje que hacemos a los antiguos cantores del barrio. “Jue la gloriosa chingana”, tiene un significado especial para el grupo, ya que la letra y melodía fueron revisadas por Fernando González Marabolí, quien dejó plasmado en su legado que Los Chinganeros debían grabarla. Por ello, la elegimos para coronar nuestro disco.
Por la Güeya del Matadero
Memorias de la Cueca Centrina
Luis Castro – Karen Donoso – Araucaria Rojas
Los Chinganeros
Qué te parece José ??!!